Desde pequeña, y ya suman 23 años, he
escuchado y aprendido del Apóstol, el Héroe Nacional de Cuba, nuestro José
Martí.
Nació en la calle de Paula, en hogar
humilde, de progenitores dignos. Bebió de fuentes caudalosas, forjadoras de
educación y cultura inagotables. Se consagró a Cuba, a nuestra América y a la
humanidad.
Una vida dedicada al sacrificio, a favor
de las causas justas, con los pobres y humildes de la tierra. Una existencia,
marcada por su extraordinaria capacidad intelectual, amplio sentido ético y
originalidad literaria enraizada en la inigualable manera de hacer periodismo. Oficio
que convirtió en el instrumento idóneo para mover sentimientos, crear conciencias,
y proveer de los más disímiles conocimientos a heterogéneos públicos.
Una profesión, cuya práctica además de
reportarle gran placer, propició maduración espiritual y carnal. Entendida como
la manera adecuada para comunicar, informar, y especialmente estimular
enardecidos debates, provocadores de polémica, sí, porque “la vida del periodismo es la polémica” y “la prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición,
estudio, examen y consejo”.
Hoy, cuando celebramos los 160 años del nacimiento
martiano, las nuevas generaciones de reporteros, entendemos indispensable el
ejercicio en aras de reflejar la realidad social que asume en la información su
razón fundamental e implica el empeño de dirigirse a los demás y a la sociedad.
Pero, es evidente no existen mejores
palabras para recoger explícitamente la función social de un periodista, sino
las de quien dedicó admirablemente la mayor parte de su vida a este modesto
menester: “No es oficio de la prensa,
informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con
mayor suma de afecto o adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar,
guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio
apasionado, no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporánea;
tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a
consulta (…); tócale en fin, establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende
que el país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la
proteja y la honre”.
Sean estas palabras oportunas, para
continuar aprendiendo del talento inagotable de aquel ser humano que nos legó
su palabra aguda y pluma punzante.
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